Resumen
El presente ensayo realiza un trabajo comparativo de Elogio de la madrastra de Mario Vargas Llosa, invitándonos a explorar cómo Vargas Llosa, influenciado por las novelas Historia del ojo de Georges Bataille y Roberte, esta noche de Pierre Klossowski, reinterpreta mitos grecolatinos para construir una atmósfera cargada de erotismo en la tríada de personajes: doña Lucrecia, don Rigoberto y Fonchito, siendo este último el representante de una síntesis de la inocencia y perversión infantil, el deseo y la transgresión de los límites morales y sociales. Así, se argumenta que Elogio de la madrastra logra equilibrar la tensión entre el mito, la fantasía y la realidad, proponiendo una reflexión sobre la naturaleza del deseo y la construcción de la subjetividad a través del juego literario y simbólico.
Palabras clave: Mario Vargas Llosa, simulacro, transgresión, erotismo, literatura comparada, Georges Bataille, Pierre Klossowski.
Introducción
Antoine: ¿Hay acaso además una cuarta persona?
Octave: No, sino un tercero que se interpone entre tú y yo, entre yo y tu tía Roberte, entre tu tía y tú mismo. […] Y ese tercero es un puro espíritu.
Pierre Klossowski, Roberte, esta noche[1]
En el año 1978 Mario Vargas Llosa escribió un prólogo titulado “El placer glacial” en una novela subversiva, erótica, surrealista y, principalmente, psicoanalítica. Me refiero al libro Historia del ojo del escritor francés Georges Bataille, publicado en el año 1928.
Historia del ojo, Georges Bataille En dicho prólogo, Vargas Llosa enaltece la figura de los “niños traviesos”, quienes, en una edad aún infantil, satisfacen sus deseos por medio de la transgresión de las prohibiciones simbólicas de los adultos. Dichos deseos, van desde lo más inocente hasta lo más criminal. Por tanto, Vargas Llosa dirá que los infantes: “Obedecen sus instintos y sus fantasías sin tener en cuenta, para nada, las prohibiciones y los prejuicios que los adultos han erigido para canalizar y frenar esas fuerzas.” Luego, el escritor peruano se preguntará: ¿Hay un juego más excitante para los niños que desobedecer a los mayores?[2]
Quienes conocen el libro de Historia del ojo, recordarán con lucidez la escena en que Simone obliga a su fiel cómplice extirpar con unas tijeras el ojo de un sacerdote para posteriormente introducirlo en su Templo de Venus. Esto, si de por sí contiene una fuerte carga simbólica de lo sádico y lo perverso, representa algo más que un crimen o una simple travesura infantil, significa la perfecta soberanía del Yo, la cual transgrede el orden simbólico de lo social como lo sagrado, transformándolo así en el Ello por excelencia.
Sin embargo, ésta no será la única novela que influyó al Premio Nobel de Literatura, en este sentido, hago referencia directa a la trilogía Las Leyes de la Hospitalidad del escritor Pierre Klossowski, particularmente a Roberte, esta noche. En esta novela de tintes teológicos y eróticos, se nos cuenta la historia de Octave, un aclamado profesor de eclesiástica que, por medio de sus enseñanzas, llevará acabo el ritual de ofrecer a su esposa Roberte a los invitados como símbolo de hospitalidad; no sólo de manera carnal, sino también espiritual y será Antoine, sobrino de Octave, quien nos narrará las complicaciones matrimoniales de esta singular pareja.
Desarrollo
Bajo esta influencia, en 1988, Vargas Llosa, cautivado por la obra de Bataille y de Klossowski, publica su libro Elogio de la madrastra para la colección de literatura erótica “La Sonrisa Vertical”, dedicándolo al ilustre erotómano Luis García Berlanga.
En esta obra, se cuenta la historia de la relación amorosa y platónica de los personajes doña Lucrecia, mujer madura de una belleza envidiable, y don Rigoberto, un coleccionista y apasionado del arte. A estas alturas, como podemos ver, resulta evidente el paralelismo entre Elogio de la madrastra y Roberte, esta noche.
Veamos entonces que en la relación entre don Rigoberto y doña Lucrecia —posible alusión a un personaje del mismo nombre perteneciente a la historia de la Antigua Roma—, se enmarca un juego de fantasías eróticas inspiradas en mitos greco-romanos, siendo mi favorito el mito de Diana y Acteón, pues en él, se esclarece el significado de la novela, porque Diana representa el arquetipo erótico de la cacería y la persecución del deseo.
No obstante, existe un tercer personaje que será el motor principal de la novela; Fonchito, el hijo de don Rigoberto, criatura no mayor a diez años; un niño que mezcla tanto la inocencia infantil, como la perversidad de un adulto.
Para dar sentido a esta narrativa, Vargas Llosa retoma y aplica el concepto Tableaux vivants (cuadros vivos/pinturas vivas/imagen) para elaborar una atmosfera mitológica que se nos narra por medio de descripciones que manifiesten las ensoñaciones de don Rigoberto con su esposa Lucrecia; a veces nombrándola Diana; en otros casos Lidia y en ocasiones; Venus.
Todo esto para alimentar el simulacro del amor, diluyéndolos como el óleo en una serie de significados, en donde se funde la fantasía, la realidad y el mito. Como por ejemplo ocurre en el siguiente diálogo entre Lucrecia y Rigoberto, donde ambos juegan a cambiar tanto identidades, nacionalidades, como divinidades; así como pasar de lo real, jugueteando con lo imaginario, para caer, finalmente, en el terreno de lo simbólico: “«Tú no eres tú sino mi fantasía» dice ella que le susurra cuando la ama. —Luego él dice— «Hoy no serás Lucrecia sino Venus y hoy pasarás de peruana a italiana y de terrestre a diosa.»”[3], pero este juego de simulacros —entendiendo el término no como una copia, sino como una simulación que desafía la identidad, la verdad y que rompe con el mundo real. Es, en otras palabras, una imagen que simula algo invisible o inefable, como un fantasma obsesivo que se convierte en un “instrumento” para exorcizar esa obsesión. Por ende, un simulacro es una representación que se aleja de la realidad para dar cuenta de algo que escapa a la comprensión directa, como un “fantasma”. Este juego simulacral se hace más evidente en la descripción que realiza Lucrecia cuando se describe a sí misma como la diosa Diana:
soy yo, Diana Lucrecia. Sí, yo, la diosa del roble y de los bosques, de la fertilidad y de los partos, la diosa de la caza. Los griegos me llaman Artemisa. Estoy emparentada con la Luna y Apolo es mi hermano. Entre mis adoradores abundan las mujeres y los plebeyos. Hay templos en mi honor desparramados por todas las selvas del Imperio. A mi derecha, inclinada, mirándome el pie, está Justiana. […] Acabamos de bañarnos y vamos a hacer el amor.[4]
Mientras don Rigoberto se encuentra en la ducha maquinando fantasías eróticas con su mujer, ignora que, en uno de los cuartos contiguos de su propio hogar, se encuentra su hijo Fonchito en la ardua compañía de su madrasta, explorando —descaradamente— los placeres de la carne.
El desarrollo de la novela es simple, obsesivo, repetitivo, simulacral, todo esto, hasta la eventual tragedia. Pues don Rigoberto, en un momento inesperado, descubre a la pareja incestuosa y, por lo tanto, con toda la decepción de su corazón, decide cortar toda relación con doña Lucrecia, abandonándola a su suerte.
De esta manera, Mario Vargas Llosa culmina la primera novela que lleva por título Elogio de la madrastra. La continuación de esta historia, la encontraremos en Los cuadernos de don Rigoberto. Esta es una novela de mayor extensión, en donde el erotismo sigue siendo el tema central, pero esta vez enfocándose más en la temática de la pintura, focalizando en el pintor austriaco conocido por sus escandalosas pinturas eróticas, Egon Schiele.
Conclusión
A manera de conclusión, me gustaría retomar uno de los puntos principales comentados en la introducción de este ensayo. Por lo que me gustaría poner en disputa los dos términos de los dos autores franceses en el personaje Fonchito, el cual es inocente y perverso, es decir, él es un niño ángel, pero también un pequeño demonio. De allí el título de este ensayo. donde la transgresión de Georges Bataille, y el simulacro angelical y mitológico de Pierre Klossowski, se esclarece en el siguiente párrafo, donde doña Lucrecia, confundida por la dicotomía inocente y perversa de Fonchito, expresa lo siguiente:
«Tal vez no tengo la impresión de estar haciendo algo malo porque Fonchito tampoco la tiene», pensó, rozando el cuerpo del niño con la yema de los dedos. «Para él es un juego, una travesura. Y eso es lo nuestro, nada más. No es mi amante. ¿Cómo podría serlo, a su edad?» […] Era el niño que los pintores renacentistas añadían a la alcoba para que, en contraste con esa pureza, resultara más ardoroso el combate amatorio. «Gracias a ti, Rigoberto y yo nos queremos y gozamos más», pensó, besándolo en el cuello con la orilla de los labios.[5]
En este sentido, Vargas Llosa logra encontrar el equilibrio entre las dos novelas que le sirvieron de inspiración. Pues, en Historia del ojo, los infantes son criminales, pero a la vez inocentes. Mientras que en Roberte, esta noche, el único infante que aparece en la novela es un niño-adolescente con rasgos angelicales que mantiene cierta relación incestuosa con su tía Roberte.
En el caso de las dos novelas de Vargas Llosa, Fonchito pareciera ser la mezcla perfecta de los infantes de estas dos obras clásicas de la literatura francesa. Tal como diría la filósofa y psicoanalista Julia Kristeva, quien entiende la perversión no como una manera de desvío sexual, sino como una herramienta que nos ayuda a cuestionar y transformar la sociedad y la cultura. Pues la perversión es una manera de romper con las limitaciones y explorar nuevas posibilidades de ser y de existir, donde la transgresión y la perversión quebrantan el tabú y lo transforman en arte.
Bibliografía
Bataille, Georges, Historia del ojo, Tusquets, México, 2013.
Klossowski, Pierre, Roberte, esta noche, traducción de Juan García Ponce y Michéle Alban, Tusquets, Barcelona, 1997.
Vargas Llosa, Mario, Elogio de la madrastra, Grijalbo, México, 1998.
[1] Pierre Klossowski, Roberte, esta noche, traducción de Juan García Ponce y Michéle Alban, Tusquets, Barcelona, 1997.
[2] Mario Vargas Llosa en el prólogo a la edición española de Historia del ojo de Georges Bataille, Tusquets, México, 2013, p. 11.
[3] Mario Vargas Llosa, Elogio de la madrastra, Grijalbo, México, 1998, p. 103.
[4] Ibid. p. 69.
[5] Ibid. p. 146.