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Inés Arredondo (1928 – 1989)
Arredondo es una de las cuentistas mexicanas más sobresalientes, además de ensayista. Como parte de la llamada “Generación de Medio Siglo” abordó en sus cuentos temas hasta entonces censurados en México como el abuso sexual, el incesto, el aborto y el maltrato, vistos desde lo siniestro, la locura y la perversión.[1]
“Es sabido que la obra de […] Arredondo se difunde a partir de los años sesenta, y que poco antes se dan a conocer dos libros cruciales: El arco y la lira (1956) de Octavio Paz y El erotismo (1957) de Georges Bataille. Bajo este contexto la literatura mexicana indaga por su ser poético: lo sagrado, el amor y el erotismo se instauran como vehículos de expresión de una nueva oferta literaria.”[2]
Se sabe que el silencio es una cualidad literaria, e Inés Arredondo era consciente de ello. Perteneciente a una época donde la mujer yacía bajo la sombra del lenguaje, en un contexto aún marcado por la religión, una voz interna resonaba en el interior de su ser y necesitaba ser expresada estridentemente desde el silencio.
Una voz que ha sido arrebatada y clausurada, termina por generar silencios tan profundos que expresan más que mil palabras. Maurice Blanchot menciona: mejor callar antes de revelar de más, pues cuando todo está dicho lo que queda por decir es el desastre.
A menudo la crítica la señala como una escritora excepcional por su abordaje de lo perverso, lo siniestro, lo grotesco, lo monstruoso de la mano de una escritura sugerente y certera […]. Detrás de todos estos calificativos pulsa sin duda algo que sus lectores no alcanzan a nombrar. […] Lo innominado, lo innombrable. El deseo detrás de la prohibición del tabú. El horror por la fascinación que sus límites borrosos nos provocan. La pulsión no sólo de vida y muerte, sino de transgresión que los relatos insondables de Inés Arredondo nos hacen vislumbrar cercana, tentadoramente posibles.[3]
Leer las obras de Arredondo nos demuestran algo único y especial donde el silencio es el cómplice perfecto de la perversión, ¿qué ha de ser tan perverso como para no hablarlo? De esto trata el cuento Sombra entre sombras.
Cercana a la narrativa de Georges Bataille y Pierre Klossowski, Laura —la protagonista—, contrae matrimonio con Ermilo, un hombre de cuarenta y siete años de edad, reconocido en el pueblo por gozar de un buen estatus económico, seduce tiernamente a la madre de Laura, para que ésta entregue a su hija a los bienes matrimoniales.
Ella con quince años de edad con valores religiosos establecidos, una moralidad excepcional y sobre todo pura, es ofrecida a un hombre al que preceden rumores de ser perverso en cuanto a las relaciones amorosas.
Disgustada y horrorizada por un sinfín de actos perversos que se realizarían en el futuro no tiene más opción que obedecer las reglas que se le han impuesto, tanto por parte de su madre como de su marido.
Lo que Arredondo expone en esta historia, es el reflejo de lo que la sociedad mexicana aceptaba con naturaleza, la mujer como un objeto al cual oprimir y silenciar. Sin embargo, aunque estas características son inmorales, la narrativa de Arredondo hace de ese mal, un bien. O al menos eso puede notarse con sus personajes femeninos los cuales se ofrecen aun sabiendo las consecuencias.
La protagonista de esta historia se adentra sin temor al horror y a la fascinación por las perversiones de su marido, aspecto que irá desmoronando la moralidad y valores de Laura. Como lo describe poco después de una pelea violenta y sangrienta entre Ermilo y Laura: “A partir de ese día hicimos un pacto silencioso en el que yo aceptaba de vez en cuando ser fantasía y él acataba mis prohibiciones, y se puede decir que fuimos felices más de veinte años.”[4]
Con el tiempo, el pacto se convirtió en un ritual sexual cercano a la erótica klossowskiana, lo que da paso a la segunda parte de la historia: Las leyes de la hospitalidad.
Laura, ahora una mujer mayor conoce a un hombre trece años más joven que ella: Samuel Simpson, con quien se enamorará profundamente en una de las tantas fiestas organizadas por su marido Ermilo. Lo que la lleva a reflexionar sobre su vida matrimonial: “Era una mujer inocente, pero ¿pura?”[5]. A lo que poco después menciona en relación a Samuel: “si él vino y despertó al demonio que todos llevamos dentro, no es culpa suya.”[6]
Samuel es un hombre con el cual Laura se siente atraída y con quien se entrega sin pretexto, mientras que Ermilo es un hombre con el que siente un asco profundo. “No hay que olvidar que lo sagrado incorpora dos movimientos: el terror y la fascinación, el de lo impuro y lo puro.”[7]
En este sentido el terror es lo puro (Ermilo) y la fascinación es lo impuro (Samuel Simpson). Lo que llevaría consigo el signo de la hospitalidad, es entonces cuando Laura descubre por accidente la siguiente escena: “camino por los corredores como una sonámbula. […] Abro la puerta […]. Lo que veo me deja petrificada: Simpson y Ermilo hacen el amor.”[8]
Como si se tratase del mito voyeur de Diana y Acteón, en la que Diana crea el momento para ser vista por los ojos de Acteón. Ermilo crea el momento exacto para ser descubierto por los ojos de su esposa. Ante este descubrimiento Ermilo ofrece su esposa a Samuel: “Ya verás qué hermosa es, esta hija de… ya verás que hermosura.”[9] Momento cúspide en el que la moralidad e Laura se derrumba por completo para entregarse al mal.
Lo que se desencadenará por muchos años en fiestas y orgias en las que Laura describe: “Lo que molesta es compartir mi placer con Ermilo, quien desde ese momento detesto. Y compartir mi cuerpo entre dos hombres me avergüenza profundamente: sean esos hombres quienes sean. Pero el placer con Samuel y las caricias disimuladas pero llenas de amor que recibí de él mientras estábamos con Ermilo… mi carne vuelve a esconderse de deseo y siento que lo volvería a hacer mil veces, con tal de estar un momento en los brazos de Samuel.”[10]
Poco antes del final de la historia, Ermilo fallece, y deja en su lugar al amante Samuel, con quien Laura continuara manteniendo una íntima relación y posiblemente más pasional. Pero más temprano que tarde, Laura reconoce que ella extraña a Ermilo, ya que, gracias a él, ella tuvo la oportunidad de conocer a Samuel.
Con el pasar de los años la casa de Laura se encuentra en malas condiciones, las cortinas rasgadas, muebles rotos, destruida y con olor a semen. Arredondo logra de manera magistral crear un reflejo del interior de Laura tanto el exterior, su condición física es mala, un cuerpo en decadencia, sin dientes. Lo que a un inicio era una niña bella y pura, se había transformado con el pasar de los años en una mujer inmoral, en decadencia e impura. Y un hogar que ahora es reconocida por ser una casa de orgías en la que ella es el centro de atención por ser la única mujer. Y en la que cada hombre es —en simulacro— Ermilo.
Sin embargo, hay una razón más subterránea dentro del cuento, no es que Laura mereciera ser tratada y usada únicamente como un objeto sexual, ella fue despojada de su inocencia, una Justine moderna entregada en primera instancia por su madre la cual conocía la mala reputación de Ermilo, dejándola prisionera de la perversión de su marido.
Inés Arredondo se ha dado a la tarea de mostrar realidades, intensamente bruscas y anormales, narradas desde una perspectiva femenina, dándole una voz de mujer, y de esta manera logra recrear un mundo lleno de extravagancias y extrañezas, mostrando una visión femenina ante estas situaciones.
Mostrar la perversión es una manera de reconocer las reglas, lo que nos aproxima a la dialéctica prohibición–transgresión de Bataille o como lo describe Juan García Ponce: “si el placer de la carne está relacionado con el mal, ese placer ya no es natural sino espiritual.”[11]
Finalmente podemos decir que Laura es una mujer que comprende el mal del cual es partícipe, que si a un inicio no acepta, encuentra en la perversión una manera de libertad erótico–transgresora, donde mediante el mal alcanza la divinidad y de esa manera volverlo un acto sagrado, hacer del mal, un bien espiritual.
“Arredondo logra borrar y reconfigurar las fronteras morales gracias a una técnica discursiva de silencio y revelación del tabú”.[12] Finalizando así con un gran diálogo: “Dios me entiende, por eso no tengo ningún miedo a la muerte”[13]
[1] Su narrativa está compuesta por treinta y cuatro cuentos publicados en tres libros: La señal (1965), Río subterráneo (1979), con el que obtuvo el Premio Villaurrutia, y Los espejos (1988). El FCE reunió estos y otros textos inéditos en Cuentos completos.
[2] Maritza M. Buendía. Poética del amor: Juan García Ponce e Inés Arredondo. México, Molinos de viento, 2013, pág. 11.
[3] Inés Arredondo, Estío: Las mariposas nocturnas. México, UNAM, Dirección General de Publicaciones y Fomento Editorial. pág. VIII.
[4] Inés Arredondo, De amores y otros cuentos, México, Asociación nacional del libro, 2019, pág. 207.
[5] Ibídem, pág. 193.
[6] Ídem.
[7] Maritza M. Buendía. Poética del amor… op.cit, pág. 82.
[8] Inés Arredondo, De amores… op.cit, pág. 215.
[9] Ídem.
[10] Ibídem, pág. 217.
[11] Juan García Ponce, “La carne del espíritu”, en Apariciones. Antología de ensayo, México, Fondo de Cultura Económica, 1987, p.48.
[12] Inés Arredondo, Estío: Las mariposas nocturnas, op.cit, pág. X.
[13] Inés Arredondo, De amores, op.cit, pág.224.