Debo decir que mi experiencia leyendo la obra de Jean-Luc Nancy, especialmente su libro Ego sum, me ha resultado esclarecedor, más porque me recuerda a una lectura que me dejó fascinado en su momento, Nietzsche y el círculo vicioso de Pierre Klossowski.
El punto en común tanto en el libro Ego sum, como en Nietzsche y el círculo vicioso, es un rizoma entre la escritura y la pintura, ligados a la filosofía.
Si bien son libros sobre autores distintos, ambos se sienten como un falso ensayo —a ésos que Klossowski nos tiene acostumbrados—, pues el punto de ambos pareciera dirigirse hacia un destino infinito, ahí donde el círculo se torna vicioso, y las ideas se repiten bajo otros nombres, donde el espíritu se manifiesta mediante la llama del conocimiento, donde la “luz proviene del caos”[1]. Por tal motivo este escrito tiene por intención ser experimental y así crear ante todo, un texto simulacral.
Dentro de los elementos destacables de Nancy, se propone una perspectiva diferente a la frase célebre de René Descartes “cogito ergo sum”, que en español lo hemos escuchado con la traducción “pienso, luego existo”, sin embargo, Nancy realiza una lectura minuciosa de la obra de Descartes, en la que se apoya principalmente de la serie de meditaciones del propio René, llegando a la conclusión de que el pensamiento no es lo que nos da la capacidad de existir, pues el pensamiento es un simulacro, el pensamiento se asimila a una pintura como diría Lessing, o un cuadro vivo como diría Pierre, para Nancy, la frase cogito ergo sum, vendría a significar: “interpreto, luego existo”, pues lo que vemos —creemos—, es una serie de interpretaciones que pasan a través del cerebro proyectándose como una pintura en movimiento en nuestra mente. Sin embargo, el pensar o el interpretar, requieren de la visión que interpreta y nos da la capacidad de creer [videor] para hacer posible el cogito [pensar [interpretar]] pues:
Videor: tengo la apariencia, parezco, soy visto. Yo me parezco en tanto que soy visto —y soy visto como teniendo la apariencia de ver. El videor asegura el cogito, pues da testimonio de la sola presencia que la duda más radical no puede mermar: videor se mantiene, incluso en plena fantasmagoría, incluso en plena ilusión. Tener la apariencia es hacer ilusión. El videor es la ilusión que, mediante una perversión o una percepción inaudita, aclara la certeza en pleno abismo de ilusión, el lugar del videor, es en efecto la pintura el retrato, el más facticio y al mismo tiempo el más fiel de los rostros, el ojo más ciego y el más clarividente.[2]
Finalmente, Interpretamos un mundo que se devela ante nuestros ojos, creando pinturas visuales que permanecen —posiblemente— en suspensión cuando nuestra mirada es ausente, creyendo en una verdad generada por una matrix. La realidad se renderiza frente a nuestros ojos, e interpretamos, luego existimos en el observador.
¿Es posible existir en soledad?, ¿o existimos sólo cuando somos interpretados por el observador [voyeur]?
El cuerpo es la extensión del alma hasta las extremidades del mundo y hasta los confines de sí, el uno en la otra intrincados e indistintamente distintos, extensión tendida hasta romperse.[3]
René Descartes diría: “usted existe y usted sabe que existe, y lo sabe porque sabe que duda. Pero usted que duda de todo y no puede dudar de usted mismo, ¿quién es usted?”[4].
El observador es un intérprete de simulaciones.
Yo [—“«(no)»”—] soy.
[1] Jean-Luc Nancy, Ego sum, Anthropos, España, 2007, p.64.
[2] Ibid. p. 55.
[3] Ibid. p. 144.
[4] Descartes citado por Nancy, Ibid. p.103.