Se puede decir que lo que ocurre en este Hotel, lo único verdadero —si es que algo puede llamarse verdadero dentro de las historias de Klossowski— son los primeros instantes de esta pequeña historia: el Vestíbulo de un gran Hotel donde Roberte se dirige a su habitación 122, para una nueva aventura como parte del Comité de Censura.
Tras una pequeña conversación de Roberte con el Botones, Una voz anónima (cavernosa) expresa las intenciones a las que Klossowski quiere exponernos en esta nueva historia, esta voz “anónima” y “cavernosa” nos habla desde un susurro casi silencioso en el interior de la habitación 122: «descanse ahora y, si no puede dormir porque está demasiado cansada, cierre los ojos: todo lo que oiga lo verá usted misma y verá con mayor claridad lo que se dice de usted, de lo que usted está esperando esta noche…». Esta voz anónima no es más que la voz del propio autor. Poco después Roberte se dice así misma: «¡Ah! La capacidad de poder pensar finalmente en otra cosa por fin». A lo que acto seguido la voz anónima menciona de manera perversa: «no por mucho tiempo».
Un silencio se apodera de la escena; a lo que la voz de un locutor alias “Faffner” comienza a hablar: «Ya no es el momento, de cambiar de postura señora, —mantenga el brazo tan doblado— —la mano abierta cerca de la almohada— —la cabeza boca abajo— —la mano izquierda en el ombligo— no esconda nada.»
¿Será acaso que el “Locutor Faffner” es una vez más lo que Klossowski ya nos ha demostrado con anterioridad en su famosa trilogía Las Leyes de la Hospitalidad? Una doble identidad: Klossowski–Octave, Klossowski–Théodore, Klossowski–Yggdrasil en la que en esta ocasión es un Klossowski–Faffner, donde el Locutor [Klossowski–Faffner] nos narra las acciones a las que Roberte está prisionera: «Ya no es el momento de cambiar de postura señora» menciona el susurro de Faffner como una entidad omnipresente mediante la voz interna de la habitación de Roberte.
De pronto varios pasos se escuchan en el exterior de la habitación, y los susurros son cada vez mas fuertes, los alumnos —ansiosos por una nueva lección— se encuentran a la espera de la llegada del fundador del lugar: Gulliver quien ha aparecido [creado] tras un canto al unísono. En este momento el espacio ha pasado de ser una habitación de Hotel, a un salón de clase donde se llevará a cabo una lección.
«Acérquense, hijos míos, con suavidad se los ruego, pónganse ahí, al final de esta cama el audiovisual cae a la inocencia». Menciona Gulliver acomodando a los estudiantes para una lección; a esto él continúa: «A pesar de lo impresionante que será este espectáculo, ¡conténganse la lengua, sin comentarios personales! estarán aquí para presenciar todo lo que significa la siesta de una mujer».
Está claro que en este punto Gulliver es la voz interna de Roberte, manifestándose como un profesor que Expone lo que Roberte ha de Clausurar: La visión pornográfica–erótica de un Tableaux Vivant creado por un sueño. Ha sido necesario poner en evidencia el aspecto prohibido para transgredirlo, Roberte es la inspectora del Comité de Censura, y Gulliver es quien crea todo un espectáculo alrededor del cuerpo desnudo y durmiente de Roberte.
Tras la aparición de Gulliver se hace un silencio, a lo que Klossowski aprovecha este espacio —sin darle vida ni movimiento a ningún personaje, más que a la voz del propio autor— rompiendo la barrera existente hasta ahora establecida en el texto para escribir al estilo del Marqués de Sade un manifiesto donde nos explica brevemente sobre el prójimo: «[…] entre los humanos siempre encontraremos a nuestro inevitable prójimo, nuestro semejante, […] Puesto que nunca podemos huir de ellos, tanto si los amamos como si los odiamos, ¿cómo podemos soportarlos? […] para ponerlo en práctica, hay que saber distinguir lo verdadero de lo falso, ¡de lo contrario pueden producirse situaciones trágicas!». En este momento Klossowski nos explica —en relación al prójimo— el por qué el tamaño de Gulliver se ha reducido en comparación al Gulliver de Liliput en donde él era un gigante: «Sufrir al prójimo sólo de lejos es reducirlo a casi nada […] tolerar al prójimo, acercarme a él por simpatía, curiosidad o interés, […] es empequeñecerme hasta el punto de que, en un abrir y cerrar de ojos, puedo robarle el bolsillo sin que se dé cuenta y ayudarle en sus necesidades».
En su obra Sade mi prójimo, Klossowski nos explica el pensamiento de Sade en la que escribe: «si recibo el mal de los otros, gozo del derecho a devolvérselo, incluso de la facilidad de hacérselo primero: a partir de entonces el mal es un bien para mí».
Gulliver es el prójimo de Roberte, pero a su vez su doble. Este juego de multiplicad cumple la perfecta visión erótica de Bataille donde Roberte encarna la prohibición (como parte del Comité de Censura) y Gulliver la transgresión (un “infiltrado” en el Hotel, exponiendo el cuerpo de una mujer desnuda).
La santísima trinidad: prohibición–erotismo–transgresión.
Segunda parte de la historia:
«(Llaman a la puerta. Entra el gerente del palacio)».
Es hasta este punto de la historia en la que aparecen nuevos personajes —algunos ya conocidos por el lector de Klossowski—, dejando claro que este Hotel, y sus huéspedes forman parte de una cordial Hospitalidad. A esto la voz del gerente menciona: «¿Es así como observamos las normas de nuestro Hotel? ¿Quién podría haberte introducido en los apartamentos reservados para mi respetable cliente? ¡Lamentable error de mi personal, Sr. Decano! Es en la planta baja donde iba a tener lugar su reunión, en la sala de billar. Señora, estoy confundido —¡oh! pero por supuesto, ¡ella está durmiendo! Vamos, vamos, señores, salgan tranquilamente de puntillas de este local—. ¿Cómo, Sr. Decano, va a evitar el escándalo?»
Esto es una manera breve de lo que Klossowski ha descrito en las obras Roberte esta noche y La revocación del Edicto de Nantes, en la que el personaje femenino Roberte es acosada por meras manifestaciones espirituales y fantasmales que son los entes que ella a jurado censurar como parte del Comité y a su vez cumplir una labor de mujer tradicional de las “buenas” costumbres.
Poco después de la llegada del gerente un ruido suena a la distancia; ¡es el Coloso! En compañía de la Santa–Sede quien lanza un: «¡Ultimátum!». Mientras Roberte permanece aún en sueños. (Será que esta mujer a lo largo de la historia ¿ha permanecido en un profundo sueño? Pronto estaremos por descubrirlo).
Tras la invasión de la Santa–Sede, el alcalde se dirige hacía Gulliver con un dialogo bastante interesante: «Cada vez que la inspectora viene a nuestra casa, Santa-Sede viene a hacer su escándalo…». A lo que Gulliver responde: «Entonces, ¿por qué invita a la señora a inspeccionar su ciudad?». Finalmente, el alcalde responde: «Fraude… pornografía… drogas… en todo esto es bueno que ella nos exonere».
Lo que da sentido al final de la obra donde se nos revela mediante la voz del alcalde lo siguiente: «¡Ay! ¡ahora comprendo! ¡ella no estaba durmiendo! ¡Ella nos escuchó!».
¿Qué?, ¿todo se ha tratado de una mera farsa?, en la que creíamos que todo lo que estaba ocurriendo era producto de un sueño. Todo fue parte de un complot organizado por Roberte para poder Clausurar el Hotel, fingiendo estar en un sueño para dar tiempo a la llegada de la Santa–Sede y así tener aprisionados a todos en un espectáculo de una mujer desnuda.
Un teatro organizado por Roberte, quien a necesitado de un “Cómplice [Gulliver]” que es a su vez su prójimo para llevar a cabo este espectáculo.
La obra termina con el siguiente texto: «perfidia se funde gradualmente con el grito de los gorriones, que pronto es cubierto por el chirrido de las grúas». En el contexto de la guerra, la perfidia es una forma de engaño en la que una parte se compromete a actuar de buena fe con la intención de romper esa promesa una vez que el enemigo se haya expuesto ante ellos.
El escritor, por medio de la palabra y la duplicación cree haber encontrado la senda de su identidad, cuando en realidad tan sólo remonta falsas etimologías y multiplica carteles indicadores en una ruta que conducen a ninguna parte. Todo ocurre como si la mujer se satisficiera a sí misma; como si la mujer no tuviera necesidad del falo para existir y como si hubiera encontrado en sí misma la posibilidad superior del éxtasis a cuyo florecimiento el hombre sólo está invitado a presenciar.