Thomas el Oscuro es una novela clave dentro de la obra de ficción de Blanchot. Pero no solamente porque cierre o abra un ciclo como se ha dicho; sino porque viene a confirmar un principio narrativo que Blanchot sólo abandonará ya por el silencio, y que es también, en cierto modo, su clausura. Las páginas de Thomas el Oscuro sobrecogen como sobrecoge la fábula de Orfeo y Eurídice, a la que alude la novela, de un destino inmerecido, la novela se rige por sus propias leyes que transgrede y acata al mismo tiempo. Sólo la ficción es real, parece estar diciéndonos aquí Blanchot. Sólo la ficción permite recobrar, como Orfeo, aquello que se ha perdido, aquello sin lo que no se puede vivir y que era la razón de la existencia, aquello que en ocasiones nunca se había tenido, pero sólo para perderlo definitivamente, sólo para que la pérdida sea merecida, para que el inocente se convierta en culpable, culpable sin redención, culpable de su inocencia.
Publicada a principios de la primavera de 1950, la “nueva versión” de Thomas el Oscuro abre el camino a las historias que seguirían, como deja claro una nota al lector.
La presente versión no agrega nada a las páginas tituladas Thomas el Oscuro comenzadas en 1931, entregadas al editor en mayo de 1940 y publicadas en 1941, pero como resta mucho de ellas, puede decirse que es diferente, e incluso una versión completamente nueva, pero idéntica al mismo tiempo, si uno tiene razón al no hacer distinción entre la figura y lo que es, o cree ser, su centro, siempre que la figura completa no exprese más que la búsqueda de un centro imaginario.[1]
Thomas el Oscuro marca el primer compromiso absoluto del Yo con la ficción. Ambos están fusionados desde el principio: las primeras letras de Thomas son similares a las últimas de Blanchot, y Thomas termina como comienza Maurice; si juntamos el nombre de manera inversa y acomodamos las letras del nombre del autor:
Blanchot = Tho
Maurice =mas
El título del libro forma finalmente un anagrama de Maurice Blanchot. Este Thomas que habita en un sanatorio es también Thomas Mann, cuyo apellido tiene la misma asonancia que el personaje femenino de la novela, Anne, que también significa “humanidad”, por lo que representa una especie de “primer Adán”. Este personaje con el nombre bíblico también es el apóstol Judas Tomás, o quizás Jude el Oscuro; este Tomás cristiano (el segundo hijo de Hegel se llamaba Thomas Emmanuel Christian) es la confrontación dialéctica de la incredulidad y el cristianismo, “la fusión de los extremos por la amistad y por la filosofía”; y finalmente, este héroe de lo oscuro es Heráclito el Oscuro, el filósofo paradójico de la materia.
¿Qué preguntas plantean estos nombres? La capacidad de un individuo de vivir la pérdida del amor; la capacidad de un cuerpo de representar a todos los demás, de dar espacio a sus movimientos en el aire, a sus gestos en el espacio, incluso cuando los devuelve a sí mismo; la capacidad de un nombre para dejar espacio a su sombra, su lado oscuro o sagrado, para reconocer y casi preparar su propio abismo. Para Blanchot, Thomas el Oscuro será si no una entrada en el silencio de la poesía, al menos el marcador de una demanda nocturna predominante, por encima y en contra de “The Madness of the Day”, la del mundo, y no menos la suya. Será la creación de una criatura que comprende a su creador, es decir, lo incluye y le da la vuelta, dándole una identidad. Blanchot es Thomas, no es que el texto sea estrictamente autobiográfico.
Un dato que se mantiene en el olvido y que no se menciona del todo en los libros, es la íntima relación con la amistad, la muerte y la enfermedad. Momentos que marcaron un antes y un después en su carrera como escritor y cómo por medio de sus novelas nos describe paisajes de su vida personal.
En 1922, antes de cumplir los dieciséis años, Maurice Blanchot se sometió a una cirugía en el duodeno. Un error médico que afectara su sangre y causaría secuelas por el resto de su vida.
De hecho, las pocas descripciones de este fatídico error, por ejemplo, en Death Sentence o The Madness of the Day, cuentan menos que la proximidad a la muerte que causa tal Experiencia Interior. La enfermedad seguiría siendo para Blanchot un hecho del cuerpo, una faceta del mundo, y él compartiría su dolor, las cuales veremos en su novela Thoma el Oscuro.
Thomas, el personaje principal, que es por turnos humano y monstruoso, un muerto viviente, que conoce a dos mujeres jóvenes.
Anne e Irene entablan con él relaciones extrañas, imposibles, metafísicas y a menudo indescriptibles antes de elegir su muerte y morir, Irene golpeada en la garganta por un objeto punzante, Anne por simple agotamiento. Todo ocurre bajo la tutela de una ley según la cual no se es nada sólido y uno se encuentra con espacios en los que se puede establecer una justa reciprocidad con el Otro (incluso en la crueldad).
De esta forma Lacan, en el Seminario 9: La identificación, propone a Maurice Blanchot como uno de los escritores esenciales a la hora de abordar la problemática del fantasma.
La muerte de Anne se convierte aquí en el “centro imaginario” de la historia, que a su vez es el “centro imaginario” de la novela. La preocupación de Blanchot, paradójicamente, es insistir en que las dos obras son una sola, subrayando sólo la diferencia de perspectiva entre ellas, incluso cuando él siente necesario señalar que la diferencia en la escritura es tal que la segunda versión reemplaza ahora a la primera, anulándola y estableciéndolo como un secreto, creando así una escena de muerte.
La angustia, como dice Lacan, es un afecto que no engaña. De este modo, se pone en evidencia un afecto que tiene la función de revelar lo que el significante no puede reprimir un Real.
El protagonista de la novela de Blanchot, entonces, queda desligado de toda representación, la angustia es Real porque no tiene sentido, y porque no se liga a lo imaginario ni a lo simbólico. Estamos ante el sentimiento oceánico del que hablaba Freud.
La historia se aprieta en torno al viaje iniciático de Thomas, narración totalmente precaria relata un enfrentamiento extremo con la Experiencia Interior. Por ejemplo, Blanchot formula esta preocupación recurrente: “¿Qué, entonces, me cuestiona más radicalmente? No mi relación conmigo mismo como finita o como la conciencia de ser-a-la-muerte o ser-para-la-muerte, sino mi presencia-para-la-muerte. Otro que se hace ausente muriendo”.
En esta afirmación escribe Blanchot (…) ‘’el hombre se mira determinado, entre ser y nada y a partir del infinito de este espacio intermedio pensado como relación, el estatuto de su nueva soberanía, que es la de un ser sin ser en el devenir sin fin de una muerte imposible de morir.[2]
La historia, por tanto, sólo puede aportar un comentario sobre el viaje imposible hacia lo que es estar presente en la muerte. Sigue el movimiento por el cual Anne se retira del mundo sin transmitir cómo llega a ver las cosas. Sus sueños son puros sueños, sin contenido, sin hogar, “sin palacio, sin construcciones de ningún tipo, más bien un vasto mar, aunque las aguas eran invisibles y la orilla había desaparecido”. Su conciencia ha perdido su humanidad, y sólo le queda “ser, ser maravillosamente”. Anne se entrega a una muerte sin falsa imagen ni pretensión, incluida la de la santidad. Mientras unos pocos monstruos aún habitan este horizonte puro, “no hay forma de expresar lo que son, porque, para nosotros, en medio del día puede aparecer algo que no es el día”, ¿algo así como un amanecer primordial? La historia niega todo desarrollo novedoso, toda posibilidad de acción e incluso de imaginería, tal es ahora su ley. Ofrece “un mundo despojado de artificio y perfidia”.
Thomas el Oscuro es una novela filosófica que nos adentra a un mudo lleno de referencias bíblicas, espirituales, y caóticas, manifestadas por los personajes. Que naturalmente afirman su existencia mediante la muerte del Otro. La enfermedad de la que haba Blanchot es de una Experiencia Interior vinculada a la muerte como lo dirá en su libro ‘’The Madness of the Day’’:
‘’estoy vivo, y la vida me procura un placer enorme. ¿Y la muerte? Cuando muera (quizás muy pronto) experimentaré un placer inmenso. No me refiero al gusto anticipado de la muerte, que es desabrido y a menudo desagradable. Sufrir es embrutecedor. Pero estoy convencido de la siguiente verdad, que me parece evidente: si vivir me produce un placer sin límites, morir me dará una satisfacción infinita’’.[3]
De esta forma Thomas el Oscuro refleja un mundo de multiplicidades y referencias que se ligan íntimamente a la vida del autor, desde el anagrama que dan por resultado el nombre de Thomas, hasta la forma que se relacionan los filósofos que han influenciado con dicho personaje.
En conclusión, mediante la novela avanza, seremos participes de vivir la muerte del Otro y morir de esta forma su propia muerte.
Para Blanchot la experiencia-límite no puede ser realzada por un individuo o por una pretendida conciencia colectiva: no es atribuible a un sujeto, por individual absoluto del sujeto. La experiencia-límite no es la experiencia de alguno, sino el acceso del yo-que-muere ”al espacio en donde, muriendo, él no muere jamás como ‘Yo’, en primera persona”.[4]
[1] Christophe Bident. Maurice Blanchot: a critical biography. Fordham Unversity Press. New York. 2019. Pág. 232
[2] Mario Perniola. Flosofía sexualis. Escritos sobre Georges Bataille. Ediciones Navarra. México. 2018. Pág. 99
[3] Maurice Blanchot. The Madness of the Day (fragmento).
[4] Mario Perniola. Filosofía Sexualis. Op.cit. Pág. 100